Parece un juego de palabras, pero las palabras juguetonas transmiten, muchas veces, la verdad. Todo el que pospone, también antepone. Si me pongo detrás de ti, tú quedas por delante de mí. Me he pospuesto, y te he antepuesto. Si alguno viene a mí y no pospone a su padre, a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío. Ya lo ves: posponer a los seres queridos, e incluso posponerte a ti mismo, tiene, como contrapunto, anteponer la voluntad de Dios a todas las cosas. ¿Tú estás dispuesto a anteponer la voluntad de Dios a todas las cosas? ¿Dejarías tu puesto de trabajo, si por cumplir con él tuvieras que quebrantar la ley de Dios? ¿Propondrías a tu familia que prescindiesen de ti un fin de semana, para hacer unos ejercicios espirituales? ¿Estarías dispuesto a perder tu prestigio, y tu reputación, por defender el honor de Dios y de su Iglesia? ¿Soportarías burlas y risas por profesar tu fe y declararte católico ante quienes no creen? ¿Hasta dónde estás dispuesto a llevar el «primero, Dios»? ¿Qué estás dispuesto a posponer para anteponer a Cristo?