En el corazón de la fe católica reside una verdad fundamental: todo lo que poseemos, cada talento y habilidad, es un don inmerecido de Dios. Desde la capacidad de amar y crear hasta el don de la inteligencia y la fortaleza física, todo emana de su infinita generosidad. Reconocer esta realidad es el primer paso para vivir una vida que honre a Dios y sirva a nuestros hermanos.
**La Trampa del Ego:**
Es fácil caer en la tentación de atribuirnos el mérito por nuestros logros y talentos. El ego, siempre hambriento de reconocimiento, nos susurra que somos nosotros, y no Dios, los artífices de nuestro éxito. Sin embargo, esta actitud es una forma sutil de idolatría, donde nos convertimos en el centro de nuestro universo, olvidando la fuente original de toda bendición.
Cuando utilizamos los dones de Dios para alimentar nuestro ego, los corrompemos. Lo que estaba destinado a ser una herramienta de amor y servicio se convierte en un instrumento de vanidad y orgullo. En lugar de construir el Reino de Dios, construimos nuestro propio reino, un castillo de arena que inevitablemente se derrumbará.
**Humildad y Servicio: El Camino de la Gratitud:**
La verdadera gratitud se manifiesta en la humildad y el servicio. Reconocer que somos meros administradores de los dones de Dios nos libera de la necesidad de auto-engrandecimiento. La humildad nos permite ver a los demás como hermanos y hermanas, merecedores de nuestro amor y compasión. El servicio, por su parte, es la expresión concreta de nuestra gratitud. Al utilizar nuestros dones para ayudar a los demás, estamos devolviendo a Dios una pequeña parte de lo que Él nos ha dado.
**Evitar la Comercialización de lo Sagrado:**
Un peligro particularmente insidioso es la comercialización de los dones espirituales. La tentación de lucrar con lo que hemos recibido gratuitamente es una ofensa a la generosidad de Dios. Los dones espirituales, como la sanación, la profecía o la enseñanza, no son mercancías que se puedan comprar o vender. Son regalos divinos que deben ser compartidos con amor y desinterés.
**Conclusión:**
La gratuidad de los dones de Dios es un llamado a la humildad, al servicio y a la gratitud. Que nunca olvidemos que todo lo que tenemos es un regalo inmerecido. Que utilicemos nuestros talentos y habilidades para honrar a Dios y servir a nuestros hermanos, construyendo un mundo más justo y fraterno, donde el amor y la compasión sean la moneda de cambio.
Que la Virgen María, modelo de humildad y servicio, nos guíe en este camino.