A veces pensamos que hay que tenerlo todo resuelto para tener fe, pero no, el Señor nos encuentra precisamente en nuestra fragilidad.
La vida está llena de momentos de incertidumbre y vulnerabilidad. Muchas veces, nos sentimos presionados a tenerlo todo bajo control, a mostrar una imagen de fortaleza y certeza. Sin embargo, el camino de la fe no exige tener todas las respuestas o soluciones perfectamente alineadas. De hecho, el Señor nos encuentra en nuestra fragilidad, en esos instantes donde nuestras dudas y temores son más evidentes.
La fragilidad no es una debilidad, sino un espacio de humildad y apertura. En nuestra imperfección, hay una belleza auténtica. La fe se cimenta no en la certeza absoluta, sino en la confianza en algo más grande que nosotros mismos. Cuando enfrentamos los desafíos de la vida, es precisamente en esos momentos de quiebre donde podemos experimentar el amor incondicional del Señor.
La historia de muchas personas de fe refleja este principio. Los santos, por ejemplo, no eran ajenos al sufrimiento o a la duda. Muchos de ellos vivieron batallas internas, momentos de desasosiego y crisis. Sin embargo, es en estas experiencias donde encontraron su verdadera fuerza. Su fragilidad se convirtió en un canal a través del cual el amor de Dios se hizo palpable.
Es importante recordar que la fe no es una línea recta; es un viaje lleno de altibajos. En este recorrido, nuestras inseguridades pueden hacernos sentir distantes de Dios, pero, en realidad, es en esos instantes de lucha donde somos más susceptibles a Su gracia. Cada pregunta que surge en nuestra mente, cada temor que nos asalta, puede ser una invitación a profundizar nuestra relación con el Señor.
Además, al compartir nuestras vulnerabilidades con los demás, creamos un espacio de comunidad y autenticidad. Muchos encuentran consuelo en saber que no están solos en sus luchas. La fe se fortalece cuando la vivimos colectivamente, apoyándonos los unos a los otros en nuestros momentos de fragilidad.
En conclusión, la fe no es un estado de superioridad o certeza, sino un acto de entrega en medio de la incertidumbre. Nos recuerda que el amor de Dios nos abraza en nuestros momentos más oscuros y que encontrar la luz es posible incluso cuando nos sentimos más débiles. Así que, no temas a tu fragilidad; allí, en ese espacio de vulnerabilidad, el Señor te está esperando para recordarte que siempre hay esperanza y amor en Su abrazo.
