En nuestra vida diaria, a menudo encontramos numerosas ocasiones en las que, de manera sutil o explícita, negamos a Cristo. Al igual que San Pedro, que afirmó estar dispuesto a dar su vida por Jesús, pero rápidamente lo negó, nosotros solemos profesar nuestro amor y nuestra fe, solo para fallar en vivir esos principios en nuestras acciones cotidianas.
Esta contradicción puede ser una fuente de tristeza tanto para nosotros como para Jesús. Cada vez que permitimos que el miedo, la presión social o la indiferencia nos impidan ser verdaderamente fieles a nuestras convicciones cristianas, contribuimos a esta negación. Es un llamado a la reflexión profunda sobre nuestra inconstancia y la forma en que vivimos nuestra fe.
Al reconocer nuestras fallas, podemos pedir con sinceridad por las gracias que necesitamos para ser más firmes en nuestra entrega diaria a Cristo. Siento que debe haber un profundo pesar en nuestro corazón por cada vez que somos inconstantes y no conseguimos ser fieles. Es un recordatorio de que la verdadera vida cristiana requiere valentía y compromiso.
En este camino de fe, el primer paso es aceptar nuestra fragilidad y pedir ayuda. Fortalecidos por la gracia de Dios, podemos aspirar a vivir nuestra fe de manera auténtica y a glorificar su nombre con nuestras acciones. Así, transformamos nuestras debilidades en oportunidades para crecer y servir con mayor devoción.
