Érase una vez, en un bosque encantado a las afueras de una ciudad bulliciosa, un señor mayor llamado Don Ramiro. Don Ramiro no era un abuelo cualquiera: vivía en una casa árbol, construida con ramas retorcidas y hojas que susurraban secretos al viento. Cada noche, se acostaba como las gallinas, apenas el sol se ponía, porque, como él decía con una sonrisa arrugada, «las estrellas son para soñar, no para trasnochar».
Un día, Don Ramiro recibió una invitación a una gran fiesta en la mansión del bosque. El anfitrión, un zorro astuto llamado Señor Zorro, había planeado una cena espectacular. «Imagino la cena será tipo buffet, correcto?», pensó Don Ramiro mientras leía la carta, ajustándose sus gafas redondas. La idea de un buffet le entusiasmaba: montones de frutas frescas, nueces crujientes y quizás algún pastel de bayas. Pero, como era un señor mayor, no podía cenar muy tarde. «Yo no debo cenar muy tarde. Soy un señor mayor🙂», murmuró para sí mismo, riendo con su propia seriedad.
Preocupado por su rutina, Don Ramiro decidió escribir una nota al Señor Zorro. «En caso positivo… ¿sería bueno establecer una hora precisa de la cena, por si alguien desea programarse para cualquier otro compromiso previo o posterior?», garabateó con su pluma de pluma de pájaro. Y añadió, con un guiño juguetón: «Yo me acuesto como las gallinas: vivo en una casa árbol🙂». Envió la nota atada a la pata de un búho mensajero, que voló raudo hacia la mansión.
El Señor Zorro, al recibirla, soltó una carcajada. «¡Qué personaje tan peculiar!», exclamó. Pero era un anfitrión considerado, así que ajustó el horario. La cena buffet empezaría a las 5 de la tarde, justo cuando el sol comenzaba a teñir el cielo de naranja. Invitó a todos los animales del bosque: conejos saltarines, ardillas traviesas y hasta un par de osos glotones.
Llegó el día de la fiesta. Don Ramiro bajó de su casa árbol con cuidado, usando una escalera de enredaderas. Vestía su mejor chaleco de hojas secas y llevaba un bastón tallado de una rama vieja. Al llegar a la mansión, el buffet era un espectáculo: mesas cargadas de zanahorias asadas, ensaladas de flores silvestres, quesos de nuez y un río de jugo de frutas. «¡Perfecto! A las 5 en punto», dijo Don Ramiro, frotándose las manos.
Mientras los invitados se servían, Don Ramiro charlaba con una liebre joven. «Yo vivo en una casa árbol, ¿sabes? Me acuesto temprano para escuchar el canto de los grillos antes de dormir». La liebre rio: «¿Como las gallinas? ¡Eres el abuelo más divertido del bosque!». Don Ramiro asintió, orgulloso. Cenó su plato favorito: una montaña de bayas con miel, pero solo lo justo para no llenarse demasiado.
A las 6:30, cuando los demás apenas empezaban el postre, Don Ramiro se despidió. «Ha sido una delicia, pero las gallinas ya llaman a sus polluelos. ¡Buenas noches!». Subió de nuevo a su casa árbol, se acurrucó en su cama de musgo y miró las estrellas. «Una cena precisa es la clave de una vida feliz», susurró antes de roncar suavemente.
Desde entonces, en el bosque se cuenta la historia de Don Ramiro, el abuelo que convirtió una simple cena en una lección de puntualidad y sueño reparador. Y todos vivieron… ¡temprano y contentos!
