¿Cómo afrontar el reto de cultivar la espiritualidad desde la cotidianidad de la familia?

La famosa formulación ignaciana de “buscar y hallar a Dios en todas las cosas” ayuda mucho a no situar a Dios en otro mundo o universo que no sea el nuestro. Eso no quiere decir que no tengamos que “ordenar” la vida, establecer prioridades, etc. En el caso de la familia hay que mantener dos claves: la primera es la convicción de que solo Dios es quien nos enseña a querer de verdad a los hijos, al cónyuge, al resto de la familia y a los amigos; la segunda, que el lugar por excelencia para encontrarnos con Dios es el corazón de la vocación que, en el caso de una familia es el amor entre los esposos y hacia los hijos. Todo lo demás debe ayudar a vivir mejor ese amor que es central.

Modera la expresión de tus sentimientos, mantenlos en el cauce de la serenidad. Vividos desde la naturalidad, la moderación y la templanza, tu alegría, tu entusiasmo, tu pena o tu dolor harán que los demás se adhieran a ti y compartan tus emociones. Vividos desde la exageración, transmitidos con una expresión forzada, los sentimientos se distorsionan: donde hay alegría se percibe euforia vehemente; donde hay entusiasmo, obsesión ofuscada; donde hay pena, hipocondría melancólica, y donde hay dolor, teatralidad funesta.

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