Prioridad de la oración

¡Qué fácil nos pone san Lucas imaginarnos esta escena en Betania, una aldea cercana a Jerusalén, donde vivía la familia compuesta de tres hermanos, Marta, María y Lázaro, amigos íntimos de Jesús! Marta, la mayor, recibe encantada a Jesús, acompañado de los apóstoles, y enseguida se dispone a preparar la comida para el grupo, no pequeño, que acompaña al Maestro. María, arrebatada por la presencia del Dios hecho hombre en su casa, se sienta a los pies de Jesús porque no quiere perderse ninguna de sus palabras, un tesoro para su alma, sedienta de Dios. Marta, después de pasar varias veces por el lugar donde Jesús habla, con la esperanza de que su hermana la ayude en su trajín, harta de la pasividad de María, se planta delante del Señor y, con cierto enfado, le dice: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola para servir? Dile que me eche una mano». Jesús, con tranquilidad, le responde: «Marta, Marta –una repetición que expresa afecto–, andas inquieta y preocupada con muchas cosas; solo una es necesaria. María, pues, ha escogido la parte mejor, y no le será quitada». No hay en las palabras del Señor ningún desprecio por la actividad de Marta, que solo pretende acoger con el mayor cariño a Jesús y a los suyos, sino más bien una llamada de atención que no debemos olvidar nunca: que lo primero es escuchar la Palabra de Dios. Todo lo demás, por muy bueno que sea, termina. «El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán» (Mt 24, 35). Dar prioridad a la escucha de la Palabra de Dios supone, en primer lugar, decidirse de verdad a dedicar un tiempo de nuestro día a meditarla. Así lo hacían los primeros cristianos que conservaban frescos los recuerdos del paso de Dios por la tierra. Aunque nuestras ocupaciones no nos permitan dedicar mucho tiempo a imitar a María de Betania, necesitamos acotar un rato para hacer silencio dentro de nosotros y reproducir con la imaginación la escena del Evangelio que queramos meditar, quizá la que ese día la Iglesia proclama en la Misa. Para «meternos» en esa escena, que sigue viva porque Jesús está vivo y, con Él, todo lo que vivió, podemos servirnos de la lectio divina, un ejercicio asequible a todos, para empezar a cultivar la oración interior, con la mente y el corazón, sin ruido de palabras.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Publicaciones relacionadas

Comienza escribiendo tu búsqueda y pulsa enter para buscar. Presiona ESC para cancelar.