Vivimos en un mundo donde lo material parece ser lo primordial. La acumulación de riquezas y bienes ha enceguecido a gran parte de la humanidad.
Esta voracidad provoca los sentimientos más abyectos que no se condicen con la palabra de Dios.
Egoísmo, traición y mentiras. Todo esto y más generan la codicia de los que se apartan del camino del Señor.
Es un mundo conflictivo donde se creado la ilusión de que nunca tenemos lo suficiente. Nunca alcanza lo obtenido. Se vive en una burbuja de insatisfacción constante por “lo que no se tiene”.
Este tipo de actitudes solo conducen al caos que produce la desigualdad.
Pero, ¿Cuál es la verdadera riqueza?
Nada de malo hay en querer tener un buen pasar para nosotros y nuestra familia. Eso, sin embargo, no debe llevarnos a un estado de ambición desmedida.
Miremos a nuestro alrededor con atención. Observemos un instante la maravillosa obra del Señor que nos rodea. Presta atención a todas las bendiciones que te regalado Dios durante toda tu vida. Siempre será mejor ofrecer que acumular.
Tengamos presente que somos fieles hijos del Señor y esa es nuestra mayor dicha .La verdadera riqueza, la del espíritu radica allí.