El agradecimiento crea una actitud positiva hacia la vida e inaugura un modo gozoso de encontrar a Dios en todas las cosas. Las personas agradecidas son seres agradables y hacen la vida – la propia y la de los demás – más feliz y más rica; por el contrario, las personas ingratas y amargadas hacen la vida – la propia y la de los demás – bastante miserable.
Jesús era una persona agradecida, mostrando su agradecimiento por las cosas de la vida, pequeñas y grandes: tanto por el vaso de agua de la samaritana como por la amistad que encontró en María, Marta y Lázaro. Pronunciaba una oración de agradecimiento antes de la comida (cf. Mt 15, 36; 26, 27) y también antes de resucitar a Lázaro de la tumba (cf. Jn 11, 41). Una y otra vez se señala que Jesús daba gracias al Padre (cf. Lc 10, 21).
El agradecimiento es el fruto de una dependencia aceptada. Su extrema opuesto es el orgullo que hace creer que sólo importa los logros personales y que todo se debe únicamente al propio esfuerzo. El agradecimiento reconoce que algo se recibe y, en consecuencia, la dependencia de otra persona que ha entregado. El agradecimiento es aceptar lo que otro entrega.
Hay personalidades independientes a las que les cuesta mucho admitir la dependencia sobre otros, la necesidad que tienen de otros. Sin embargo. todo lo que uno tiene y es lo ha recibido de otros: la lengua, el pensamiento, la fe, etc. El agradecimiento supone aceptar que uno no es el origen de su propio ser y de que necesita de otros para existir. El agradecimiento reconoce de un modo positivo lo que los demás hacen para uno y significan para uno.
Es necesario aprender a ser agradecido porque en cada uno pervive la tendencia de atribuirlo todo a uno mismo o a no apreciar las cosas. De hecho, admitir la propia dependencia exige una cierta madurez.
Un niño se alegra por un regalo sin preguntarse por su origen y tiene que ser educado a dar las gracias porque espontáneamente no se le ocurre hacerlo. Los niños reciben sin preguntar los regalos que reciben. Por otro lado, el adolescente comprende de dónde proceden las cosas pero frecuentemente encuentra dificultad admitir la dependencia, lo que conduce a un comportamiento reiteradamente inarmónico e incluso injusto, que puede herir realmente a los demás. Por último, el adulto ha aceptado sus limitaciones y, en consecuencia, es capaz de reconocer y aceptar con un corazón agradecido. El adulto descubre que los valores más importantes de la vida no se pueden comprar ni obtener a base del solo esfuerzo, porque lo que da profundidad y paz a la vida es el don, no tanto el logro: el amor, la fe, la oración, la fidelidad, la amistad, el perdón, la esperanza, la buena salud, etc.
El agradecimiento significa confianza en el otro. Si se recibe un regalo y se desconfía del donante, entonces simplemente no se disfruta de verdad y uno se pregunta qué significa el regalo: qué es lo que va a pedir la otra persona, cuál es la presión que está ejerciendo, etc. Por el contrario, cuando hay confianza, el agradecimiento celebra el vínculo que une al donante con el receptor, porque de alguna manera implica permitir la entrada de alguien en mi propia vida. Aceptar un regalo es aceptar al donante.
Pero no siempre se encuentra el donante en el regalo y, a veces, se ha perdido el sentido del regalo como algo de entrega hacia el otro. A veces se regala porque corresponde hacerlo pero responde más a una costumbre que a una acto intencional. Un ejemplo deja en claro la diferencia.
Cada jueves, una anciana de una residencia recibía un precioso ramo de flores de su hija. La madre estaba encantada y siempre ponía las flores en una mesa en el centro de la habitación y dejaba la puerta abierta, con la esperanza de que alguien reparase en las flores e hiciera algún comentario, pues eso lo daría la oportunidad de hablar de su hija. El día de su cumpleaños, su hija viajó para pasar el día con ella. La madre manifestó a su hija el gozo que producía recibir aquellos ramos de flores, porque ello significaba que su hija le recordaba constantemente. La hija, en el curso de la conversación, le confesó que del envío de las flores se encargaba una empresa especializada, a la que pagaba a través de un banco. El jueves siguiente, las flores llegaron como de costumbre. La madre colocó el ramo de flores sobre la mesa, pero esta vez dejó cerrada la puerta de su habitación porque el ramo había perdido parte de su significado ya que la donante estaba menos presente en el don.
El creyente puede experimentarlo todo como un don en que el donante está presente, de modo que las cosas, las situaciones y las personas adquieren una plenitud y llevan en sí mismas una riqueza y una referencia al Dador. Pero también se pueden mirar las cosas, incluso las personas, de un modo práctico y frío, evaluándolas en función de su utilidad y eficacia, sin pasar más allá.
También existe el peligro de perderse tan completamente en el don que se olvide el donante. Ser agradecido significa remontarse al origen de las cosas y acceder a su verdadero centro. El agradecimiento es expresión de la condición de creatura y transforma los acontecimientos en piezas de mosaico de la historia de amor de Dios con la humanidad, en instantes de la historia de la salvación. La persona agradecida es capaz de leer su historia como una de salvación.
Recibir un regalo anónimo es desconcertante, porque el sentido del regalo es saber quién está detrás de él. El agradecimiento supone estar consciente del propio valor frente al otro, pero a la vez es altruista al saber agradecer. El egocentrismo y el egoísmo son los auténticos enemigos de todo tipo de agradecimiento porque quien no persigue más que su propio interés y centra su atención en sí mismo, nunca será una persona agradecida, como tampoco lo es quien se deja absorber completamente por el don hasta tal punto de olvidar al donante.
Ser agradecido significa no considerarse el centro del universo ni creerse ser merecedor de nada, sino es confesar que todo se le debe a Dios. El agradecimiento no ve realidades diferentes sino que ve las realidad de manera distinta. El agradecido es capaz de sacar fuerzas en los momentos difíciles porque es capaz de reconocer también lo positivo en los horizontes negativos. Una enferma de esclerosis múltiple, sentada en una silla de ruedas y con la mano izquierda completamente paralizada, es capaz de estar agradecida por poder usar todavía la mano derecha. Realmente, frente a la enfermedad de otras, uno cae en la cuenta de cuánto debe de estar agradecido por lo que suele tomar por supuesto.
La persona agradecida no se minimiza a sí misma porque esta actitud no tiene nada que ver con el complejo de inferioridad. No se puede estar al mismo tiempo descontento y agradecido. El verdadero problema no es el de ser objeto de reconocimiento sino el de dejar que éste revierta exclusivamente sobre uno mismo y no se extienda hasta la fuente última de todo bien. Una vez que se reconoce que todos los propios éxitos y logros tiene su origen en Dios, se podrá disfrutarlos plenamente sin ningún tipo de orgullo ni vanagloria. Es el canto del Magnificat (cf. Lc 1, 46 – 55).
La persona agradecida es una persona en actitud constante de alerta. El olvido, el no agradecer, es a veces consecuencia de un modo de vida egocéntrica. La disposición para agradecer abre la vida al otro y demuestra una sensibilidad que no tomar por supuesto las cosas. Una persona desagradecida lo experimenta todo como una carga y un deber, como una fatalidad y una coerción, como una amenaza y un desastre. El agradecimiento presenta una perspectiva distinta: abre espacios y libera.
El agradecimiento es mantener una memoria en el corazón. El agradecido recuerda y prepara el corazón para entregar. El agradecimiento implica receptividad, pero de ninguna manera pasividad, porque transforma el don en una tarea a realizar. En este mundo hay mucho sufrimiento y injusticia que son un llamado a trabajar pacientemente e incansablemente por una sociedad más fraterna. Para esta tarea, las personas agradecidas están mucho mejor preparadas porque reconocen también el mal que existe en ellos y se entregan con la confianza depositada en Aquél que es justo.