Desde el 11 de septiembre de 2001, los occidentales sabemos que nuestro mundo puede venirse abajo en cualquier momento. Hemos contemplado los crímenes del ISIS, la guerra en Siria, horrores en Yemen y Nigeria, amenazas nucleares en Irán y en Corea… ¿Cómo dudar de que vivimos sobre un polvorín? Si alguien creía que la civilización occidental, con sus modernas democracias y su avanzada tecnología, era el paraíso en la tierra, supongo que, a estas alturas, estará desengañado. Esto que contempláis, llegarán días en que no quedará piedra sobre piedra que no sea destruida. La CNN nos sirvió en pantalla el Apocalipsis aquel 11 de septiembre. Y cualquiera que se asome a esa ventana para observar el mundo se contagiará del temblor con que tiritan los pueblos y las piedras. Pero hay otra ventana: el Evangelio. Cuando oigáis noticias de guerras y de revoluciones, no tengáis pánico. Se trata de un enorme crucifijo: la muerte gana terreno, y los brazos de esa cruz se extienden por la tierra y por la Historia. Pero, en ella, Jesús sufre y redime a los hombres. No existe cruz alguna en este mundo en la que Cristo no esté crucificado. Y Él es nuestra paz.