Una entrevista en la contraportada del periódico La Vanguardia en febrero de 2007 llegó a mis manos hace poco. Me pareció fascinante tanto el personaje como la entrevista, por lo que me limito a transcribir en este blog la fantástica entrevista de Victor Amela y la sencilla y profunda reflexión del entrevistado, Moussa Ag Assarid, escritor y defensor del pueblo tuareg.
No sé mi edad. Nací en el desierto, sin papeles … posiblemente entre 1975 y 1978. Nací en un campamento nómada tuareg entre Tombuctú y Gao, al norte de Mali. He sido pastor de los camellos, cabras, corderos y asnos de mi padre. Defiendo a los pastores tuareg. Soy musulmán, sin fanatismo.
- ¡Qué turbante azul tan hermoso!
Es de una fina tela de algodón. Permite tapar la cara en el desierto cuando se levanta arena, y a la vez seguir viendo y respirando a su través. A los tuareg nos llaman los hombres azules por esto. Se elabora con una planta llamada índigo, mezclada con otros pigmentos naturales. La tela destiñe algo y nuestra piel toma leves tintes azulados. El azul, para los tuareg, es el color del mundo.
- ¿Por qué?
Es el color del cielo y el cielo el techo de nuestra casa.
- ¿Quiénes son los tuareg?
Tuareg significa «abandonados», porque somos un viejo pueblo nómada del desierto, solitario, orgulloso: «Señores del Desierto», nos llaman. Nuestra etnia es la amazigh (bereber), y nuestro alfabeto, el tifinagh. Somos un pueblo sin fronteras que deambulamos entre el suroeste de Libia, el sur de Argelia, el norte de Níger y el noreste de Mali.
- ¿Cuántos son?
Unos tres millones, y la mayoría todavía nómadas. Pero la población decrece. ¡Hace falta que un pueblo desaparezca para que sepamos que existía!», denunciaba una vez un sabio. yo lucho por preservar este pueblo.
- ¿A qué se dedican?
Pastoreamos rebaños de camellos, cabras, corderos y asnos en un reino infinito y de silencio.
- ¿De verdad tan silencioso es el desierto?
Si estás a solas en aquel silencio, oyes el latido de tu propio corazón. No hay mejor lugar para hallarse a uno mismo.
- ¿Qué recuerdos de su niñez en el desierto conserva con mayor nitidez?
Me despierto con el sol. Ahí están las cabras de mi padre. Ellas nos dan leche y carne, nosotros las llevamos a donde hay agua y hierba. Así hizo mi bisabuelo, y mi abuelo, y mi padre … y yo. ¡No había otra cosa en el mundo más que eso, y yo era muy feliz en él!
- ¿Sí? No parece muy estimulante.
Mucho. A los siete años ya te dejan alejarte del campamento, para lo que te enseñan las cosas importantes: a olisquear el aire, escuchar, aguzar la vista, orientarte por el sol y las estrellas … y a dejarte llevar por el camello, si te pierdes te llevará a donde hay agua.
Allí todo es simple y profundo. Hay muy pocas cosas, y cada una tiene enorme valor. Cada pequeña cosa proporciona felicidad. Cada roce es valioso. Sentimos una enorme alegría por el simple hecho de tocarnos, de estar juntos. Allí nadie sueña con llegar a ser, ¡porque cada uno ya es!
Todos los días de mi vida habían consistido en buscar agua. Cuando veo las fuentes de adorno aquí y allá, aún sigo sintiendo dentro un dolor tan inmenso…
- ¿De dónde salió esa pasión por el estudio?
Hace unos años había pasado por el campamento el rally París-Dakar y a una periodista se le cayó un libro de la mochila. Lo recogí y se lo di. Me lo regaló y me habló de aquel libro: El Principito. Aquel día me prometí que un día sería capaz de leerlo.
- Y lo logró.
Sí. Convencí a mi padre de que me dejase ir a la escuela. Casi cada día caminaba quince kilómetros. Hasta que el maestro me dejó una cama para dormir, y una señora me daba de comer al pasar ante su casa. Mi madre había muerto después de una a terrible sequía, pero entendía que desde algún lugar estaba ayudándome. Y así fue como finalmente logré una beca para estudiar en Francia.
- Reláteme un momento de felicidad intensa en su lejano desierto.
Cada día, dos horas antes de la puesta del sol: baja el calor, y el frío no ha llegado, y hombres y animales regresan lentamente al campamento y sus perfiles se recortan en un cielo rosa, azul, rojo, amarillo, verde. Es un momento mágico. Entramos todos en la tienda y hervimos té. Sentados, en silencio, escuchamos el hervor… La calma nos invade a todos. Los latidos del corazón se acompasan al pot-pot del hervor…
- ¿Qué es lo que peor le parece de aquí?
Tenéis de todo, pero no os basta. Os quejáis. ¡En Francia se pasan la vida quejándose! Hay ansia de poseer, frenesí, prisa … En el desierto no hay atascos porque allí nadie quiere adelantar a nadie.
Vosotros tenéis reloj, nosotros tenemos el tiempo.