«Su oración llegó a la habitación de su santuario, al cielo»

La oración es el refugio que nunca falla para el cristiano, cualquiera que sea la situación o el aprieto en que se encuentre. Cuando no puedas emplear tu espada, puedes recurrir al arma de la oración ferviente. Tu pólvora es susceptible de mojarse y la cuerda de tu arco de distenderse, pero el arma de la oración ferviente jamás tiene por qué estar fuera de uso. El Leviatán se ríe de la jabalina, pero tiembla ante la oración. La espada y la lanza necesitan ser acicaladas, pero la oración nunca se embota. La oración es una puerta abierta que nadie puede cerrar. Los demonios quizá te rodeen por todos los lados, pero el camino hacia arriba siempre estará abierto; y mientras esa senda no se vea obstruida, jamás caerás en manos del enemigo. Siempre que los socorros celestiales desciendan a nosotros por la escalera de Jacob a fin de auxiliarnos en los momentos de necesidad, no seremos conquistados por bloqueo, por asalto, por mina o por ataque. La oración jamás se halla fuera de temporada: tanto en verano como en invierno, su mercancía es preciosa. La oración consigue audiencia en el Cielo a altas horas de la noche, en medio de las ocupaciones diarias, al mediodía o al caer la tarde. El Dios del pacto recibirá complacido tus oraciones y las contestará desde su santo lugar, cualquiera que sea tu condición: la pobreza, la enfermedad, la oscuridad, la calumnia o la duda. La oración nunca resulta vana. La plegaria genuina constituye siempre un verdadero poder. Quizá no en todo momento consigas aquello que pides; pero siempre quedarán suplidas tus verdaderas necesidades. Cuando Dios no responde a sus hijos según la letra, les responde según el espíritu. Si pides harina común, ¿te enojarás porque se te conceda la harina más fina? Si buscas sanidad física, ¿te lamentarás si, en lugar de ella, Dios hace que tu enfermedad física redunde en la sanidad de tus enfermedades espirituales? ¿No es mejor que tu cruz sea santificada en lugar de eliminada? No te olvides esta noche, alma mía, de presentar tu petición y tu solicitud, pues el Señor está pronto para concederte aquello que deseas.

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