Crisis y cismas en la Iglesia

Desde sus inicios la iglesia enfrentó la crisis de los cismas, las tensiones provocadas por las diferencias extremas entre sus líderes. De hecho, el primer concilio, convocado en el año 50 respondió a una situación extremadamente tensa entre las congregaciones gentiles y la iglesia en Jerusalén. La resolución a las aparentes diferencias irreconciliables no evitaron la ruptura del binomio Bernabé y Pablo poco después. Más adelante encontramos a la Iglesia de Corinto enfrascada en una lucha partidista por Apolos, Pedro, Pablo y Cristo. Así las cosas ya sabemos que el llamado crecimiento de la iglesia es producto en parte a las divisiones; lo que otros llaman “multiplicarse”.

Y cabe preguntarse, ¿Cuáles han sido los factores para la creación de tantas denominaciones y sectas? Desacuerdos por cuestiones administrativas o de interpretación teológica; diferencias entre líderes y exégetas, conceptos muy variados en materia de enseñanza y culto. Mientras algunos se empeñan en conservar las formas, otros se avocan a la contemporización, a ubicar la doctrina dentro del tiempo y los cambios del tiempo. Quizás habrán otros motivos para que tengamos como dijo Dulles: “Modelos de Iglesias” que no es lo mismo que decir iglesias modelos. Ante esta realidad los creyentes no tienen que adherirse a una doctrina o culto, tienen para escoger y moverse de una a otra confesión con gran facilidad. Dentro de las denominaciones cuando un grupo de inconformes se organiza lo reconocen y le dan la bienvenida con tal de mantenerlos dentro de la organización. No existen parámetros para impedir que alguien declare su independencia y siga siendo reconocido como miembro del mismo organismo contra el cual se reveló. ¡Que cosa más triste!

Siguiendo este patrón de comportamiento, los miembros de una iglesia se sienten en la libertad de moverse de una a otra cuando algo no sea de su agrado allí donde comenzó su vida cristiana. Es como si los miembros de la iglesia hubiesen firmado un “contrato” y no “un pacto”. El énfasis en la libertad individual ha explosionado el divorcio entre los matrimonios, que hoy por hoy no consideran el matrimonio un “pacto”, sino un contrato.

El Apóstol Pablo señaló a los corintios haberlos casado con uno solo, con Cristo. Llamó a los efesios a ser miembros de un solo cuerpo cuya cabeza es Cristo, y nosotros miembros los unos de los otros. Desafortunadamente los líderes que sólo buscan números no tienen tiempo para consolidar el pacto de los creyentes, es suficiente verlos cada semana sentados en algún lugar del santuario. Por su parte los creyentes no pasan de ser eso, no llegan a ser discípulos. Buscan ser aceptados, complacidos y tolerados; siguen siendo niños espirituales. Por eso es tan fácil verlos moverse de una congregación a otra buscando sentirse bien.  Pocos son los que nacen, se desarrollan y mueren dentro de una comunidad de fe.

El factor perseverancia es extraño en la mayoría de nuestras congregaciones; por el contrario la puerta de la iglesia es una de rotación; se entra y se sale por la misma, simplemente dando la vuelta. Y cabe preguntarnos: ¿Dónde está el amor que nos profesamos como miembros de una congregación? ¿Dónde queda el servicio que suponemos ofrecer a los demás miembros? ¿Cómo puede funcionar bien un cuerpo desmembrado? Es algo inimaginable la existencia de un cuerpo sin un pie, un brazo, un ojo y lo que es peor sin voz ni energía para subsistir.

Ante este fenómeno creo que Jesús no está contento. Su oración sacerdotal fue que fuesen uno, que se amaran los unos a los otros para que el mundo viendo la unidad de los hijos de Dios creyesen en Él. El espectáculo de las divisiones so pretexto de sanar no sirve para otra cosa que para abonar a la apatía y la incredulidad del mundo que no conoce a Cristo. Tenemos que aprender a sufrir dentro del cuerpo de Cristo, a echar raíces profundas en el terreno donde fuimos plantados para que los vientos de la discordia y el descontento no nos arranquen fácilmente.

EL amor entre los hermanos tiene que ser “agaphe” y no solo “phileo”. Siento que ante la presente crisis de la IGLESIA, así con mayúsculas, la pregunta de Jesús es la misma que hizo a Pedro después de la resurrección:  ¿Me amas? Porque si el amor a Cristo es fuerte no habrá disgusto, contienda o tribulación que nos mueva. La lealtad a la iglesia está por encima de nuestras conveniencias personales, no podemos desmembrar el cuerpo de Cristo para satisfacer nuestro deseo. No fue un contrato sino un pacto lo que hicimos cuando nos unimos a la iglesia, por tanto rechacemos con todas nuestras fuerzas la tentación a dejar vacío nuestro lugar.

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