Dar Gloria a Dios

 ¿Qué es dar gloria a Dios?

¿Cuál es ese “ahora” al que se refiere el evangelista y pone en boca de Jesús como el momento de su glorificación y de la glorificación de Dios: “ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él”? Ese “ahora” es cuando Judas sale de la última cena para consumar la entrega de Jesús: “Judas, después de tomar el pan, salió inmediatamente. Era de noche”. El momento de la glorificación es el momento en que se va a consumar la traición de Judas y la entrega de Jesús.

Paradójicamente, “era de noche”la glorificación de Dios se da en la oscuridad de la traición y no en la luminosidad de los grandes y triunfales momentos de la vida de Jesús. Ya vamos teniendo pistas de por dónde va esa “gloria” de Dios: la vía de los triunfalismos mundanos no es el “ahora” de la glorificación de Jesús ni de Dios; va por otra vía… La gloria de Dios no necesariamente coincide con nuestras “glorias”, donde los glorificados somos nosotros o nuestras obras e instituciones. Tendemos a asociar una cosa y otra, la gloria de Dios y la nuestra, y eso hay que ponerlo en cuestión.

San Ignacio nos advierte en los Ejercicios, y precisamente en los momentos de elección, de toma de decisiones, sobre estas falsas glorias: lo que él, con palabras de su tiempo, llama el “vano honor del mundo”, ese “honor”, esa “gloria” que el mundo da a los que tienen dinero, a los que acumulan poder, a los triunfadores según criterios mundanos… Y, por el contrario, habla de que la gloria de Dios tiene que ver con la pobreza, las injurias y vituperios, la humildad…

El evangelista Juan, al que tantas veces tildamos injustamente de “teórico”, nos da en estos pocos versículos de su evangelio dos criterios bien claros del modo de dar gloria a Dios:

  • El primero, es el de la entrega por amor. Jesús da gloria al Padre entregando su vida, hasta la última gota de sangre, por sus hermanos, por todos nosotros. A lo largo de todo su evangelio, Juan subraya que el momento de la máxima gloria de Jesús es el momento de la máxima entrega;
  • El segundo criterio, y a renglón seguido, es el del amor fraterno: “en esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os amáis unos a otros”.

Entregarse y amar, amar y entregarse: términos inseparables del movimiento interior que es lo que, de verdad, da gloria a Dios. Lo queremos sustituir muchas veces por otro tipo de glorias externas, aparentes, mundanas… pero no evangélicas.

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