El montar en bicicleta es algo que nos enseñan cuando somos pequeños.
Nunca más vamos a olvidar cómo hacerlo y cada vez que montamos por el camino, sentimos la brisa nuestra cara, se acelera nuestro corazón y somos felices recordando quién fue esa persona que dedicó horas y días para que podamos salir contentos con nuestras bicis. Es allí donde Dios está presente dándonos esa oportunidad de compartir y confiar en el otro que pone sus manos con firmeza y sabiduría. Jesús se manifieste en cada gesto y decisión que tomemos, porque esa es su voluntad. Respetar los tiempos y lo sentímientos que emergen una y otra vez es parte de nuestro aprendizaje con el Espíritu Santo.