Nuestra lucha permanente por el adecentamiento de las instituciones del Estado no ha logrado las metas que nos hemos propuesto. Deseamos conseguir que ellas sean un ejemplo de honestidad, responsabilidad y eficiencia en beneficio de la comunidad nacional, que sus funcionarios sean hombres y mujeres dedicados a servirle a la patria con espíritu de entrega y vocación al trabajo ejemplar.
Dolorosamente hay funcionarios que se apartan del camino correcto, para recorrer senderos en donde el «juega vivo», la deshonestidad y la corrupción los llevan a actuar en contra de los intereses y roban, descaradamente, los dineros que deben servir a la causa de una República Dominicana mejor.
El país ha venido sufriendo una falta de credibilidad en sus instituciones y urge recobrarla en base al trabajo honesto y responsable de quienes tienen en sus manos la organización y funcionamiento de las mismas.
Para ello es necesario que se planifiquen políticas que lleven al funcionario desde el más encumbrado hasta el más humilde, a comprender que él pertenece a la comunidad y que sólo su eficiencia, capacidad y honradez son la mejor credencial para el éxito en sus funciones.
La corrupción no se puede atacar con discursos puritanos en épocas electorales ni con leyes laxas y permisivas. Es un problema complejo que atañe a la cultura y a la formación de nuestros ciudadanos.
Es necesario romper un sistema que se ha acostumbrado a vivir bajo este flagelo, hay que romper con aquello que para hacer cualquier tipo de trámite en la administración pública, se debe pagar por debajo de la mesa y estoy convencida de que se puede poner un alto con el ejemplo.
Si los altos funcionarios trabajan con transparencia y de cara al pueblo, estarán poniendo el ejemplo a sus subalternos, pero si escuchamos que ministros, diputados y jueces no son probos en sus cargos, qué podemos esperar de los que están en puestos medios y bajos. Siempre hemos escuchado que para que se apruebe una Ley atrás va un negocio y para que no se emita una sentencia judicial un soborno. Por eso estamos mal señores.
Internacionalmente, las consecuencias de tener una imagen de constante corrupción que proyecte un Estado, genera que aquellos que desean invertir en República Dominicana, se abstengan de hacerlo.
A nivel nacional, las consecuencias de tener un sistema gubernamental corrupto se evidencia en la desigualdad social que persiste en nuestro terruño.
Sólo puede haber esperanza si hay memoria.
Es la sociedad organizada políticamente la que puede curarse de sus heridas.
La corrupción estructural no se combate solamente con juicios como no se combate la pobreza estructural solamente con subsidios. Es necesario un cambio cultural.
Mientras los dominicanos no hagamos una reingeniería de nuestros valores éticos y morales, seguiremos con las mismas y con lo mismo, así cambiemos de caras y de colores. Simplemente continuaremos asistiendo a un cambio de generación con los mismos resabios y malas costumbres de las anteriores.