Lo necesitas. Pero ¿lo amas?

Diez leprosos acudieron a Jesús en busca de sanación. Los diez necesitaban al Señor. Nueve de ellos, judíos que habían sido educados en la observancia de la Ley, cuando fueron curados, sintieron que ya podían continuar su vida por sí mismos, y que, por tanto, Jesús no les hacía falta para nada. Volvieron a sus pueblos, rezaron cada sábado en sus sinagogas, y, al cabo del tiempo, murieron. Jesús, sin embargo, parecía necesitarlos a ellos más que ellos a Él. preguntó por ellos: Los otros nueve, ¿dónde están? Es que uno de los diez, un samaritano, que había crecido como un proscrito para los judíos, y, después, había vivido bajo el signo de la maldición a causa de la lepra, cuando fue curado, aprendió a amar a Cristo. Y se postró a los pies de Jesús. Solamente a él le dijo el Señor: Tu fe te ha salvado. El amor con que amó al Hijo de Dios lo salvó de la muerte y del Infierno. Sólo él, entre los diez, recibió vida eterna. Todos necesitamos al Señor. Y todos le pedimos, diariamente, desde nuestra pobreza. Pero necesitar al Señor no basta. Si no aprendemos a amarlo, no nos podremos salvar.

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