Una parábola y la conversión

EL FARISEO Y EL PUBLICANO
Reconocer nuestro pecado.

Lucas 19, 10-14

En esta parábola del fariseo y el publicano la parte ostentosa y “mala” la hace un hombre que según la Ley era “bueno”, justo y cumplidor de la Ley. 

La parte buena, regia, admirable, la hace un hombre que traficaba con su oficio, un recaudador de impuestos que se beneficiaba con las trampas y el chantaje. 

Jesús presenta los hechos de tal manera que nos molesta el hombre justo puesto odiosamente de pie ante el altar y nos resulta en cambio agradable el hombre pecador que se golpea el pecho en el fondo del templo reconociendo su pecado. 

En la parábola del hijo prodigo, ocurre algo semejante. El hijo menor, que abandona a su padre y malgasta sus bienes en una vida libertina, es el héroe de esta parábola. En cambio el hijo mayor que aparentemente es bueno, que es fiel a su padre, termina haciendo un papel mezquino. 

En la parábola de la oveja descarriada es precisamente ésta el objeto de toda la fiesta. Las noventa y nueve no le dan al pastor tanta alegría. 

En la parábola de los obreros de la viña, reciben una dura amonestación los que han trabajado todo el día. Los otros, los últimos, fueron pagados primero y con el mismo salario de los demás. 

En la parábola del buen samaritano, el levita y el sacerdote, que llevan una investidura sagrada, se comportan sin corazón ante el herido. En cambio el papel de la perfecta caridad lo hace un pagano. 

DESPERTAR EN NOSOTROS LA CONCIENCIA DEL PUBLICANO.
Nos presentamos como los más justos, los virtuosos y más honorables que los demás. Aceptar que somos pecadores y que estamos en un camino de conversión 
Aceptar en lo íntimo de nuestro ser que somos pecadores. 
Sin embargo, ser un “buen publicano” implica un paso de conversión: reconocer el pecado y actuar para vencerlo.

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