Árboles y hombres

Cuando Jesús impuso las manos al ciego, aquel hombre sólo había recuperado media vista: Veo hombres; me parecen árboles, pero andan. Fue después de que el Señor le impusiera las manos por segunda vez cuando vio con toda claridad. No sé cuántas imposiciones de manos necesito… Quizá yo he recuperado tres cuartos de vista: a mí los hombres me parecen árboles que hablan y teclean cosas en el teléfono celular. Recorro la ciudad. Miro a los lados. Y veo hombres, todos ellos con el artefacto pegado a la oreja o a las manos. Me parecen árboles, porque los jóvenes cada vez son más altos y mi hija menor ya me saca la cabeza. Están llenos de ramas y de hojas: nunca fue más exuberante la especie humana que en nuestros días. ¡Cómo brillan, con esas ropas, esos peinados y esa forma de hablar sin descanso! Andan, conducen, corren… … Pero viven sin alma, como los árboles. No hay trascendencia para ellos. Su destino es el de los árboles: secarse un día, y arder después en el fuego. Nadie habla de Dios, nadie habla con Dios… Veo hombres; me parecen árboles, pero chatean sin descanso. ¿Necesito yo otro milagro, o lo necesitan ellos?

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