La llevaré al desierto y le hablaré al corazón

El Señor quiere que nuestra mirada, que nuestros sentidos de nuevo queden capturados 

por su persona, por su amor, por sus palabras, y para ello nos llevará al desierto donde 

quiere hablarnos al corazón, no a la mente, no a las ideas, sino al corazón. Ir al desierto 

es ir hacia lo no seguro, es en sí mismo una locura pues nos encontraremos con nada, 

donde nada se nos dará para nuestro consuelo o dominio, donde no hay más compañía 

que la del propio corazón, la de uno mismo y de todo lo que puede suceder en nuestro 

interior.

El desierto no invita a quedarse sino a caminar y caminar es cansado, no hay espacio 

para el antojo de quedarse en un lugar, en una situación, el desierto es tan desierto que 

no podemos quedarnos quietos porque no hay nada que nos invite a contemplar. Pero en 

el desierto los ojos se nos llenan de sol y de luz y el corazón de esperanza por alcanzar 

lo que buscamos y de confianza porque el Señor nos invita a salir pero no nos dice hacia 

dónde ni qué nos dará.

Hablar así del desierto puede quedar muy bonito, pero aterrizando a la realidad hay que 

preguntarse: ¿dónde está el desierto? Está en el tiempo de duda, de desaliento, de falta 

de sentido, de luchas interiores y exteriores. Está en el cansancio que primero llega a 

nuestro cuerpo y poco a poco invade nuestro corazón. Está en perder el sentido de 

nuestra presencia aquí, con mis hermanas y el deseo de volver a Egipto, de volver a una 

tierra o comunidades que consideramos mejores. Está en el desconsuelo de ver

 como a hay quienes se les rompe la esperanza sin que nos dé tiempo a anunciarles la alegría de una tierra que se muestra cercana si nos ponemos en camino. Está en la enfermedad, en el dolor. El desierto está en la incomprensión de los otros hacia lo que yo hago.

El desierto es

  • El tiempo de la inseguridad.

*Tiempo de soledad.

*Tiempo en el que sentimos que perdemos cosas o personas que consideramos 

importantes para nuestra vida.

*Tiempo en el que nos enfrentamos a nuestro corazón. Lo que soñamos con lo que 

tenemos, lo que dejamos con lo que se nos ofrece. 

Todo esto es desierto porque al pasar por estos momentos todo nuestro mundo se 

mueve, no hay nada seguro, nada sucede como nosotros hemos pensado. Todo esto es 

desierto porque sólo nos queda fiarnos de la palabra del Señor que dice no temas, no 

tengas miedo y saber que si lo podemos soportar todo no es por nuestras propias 

fuerzas, sino porque el Espíritu se mueve dentro de nuestra alma. Porque Dios es un 

Dios de paz y no abandona al hombre en la ansiedad, en la duda, en la tempestad.

Ella responderá allí como en los días de su juventud.

El desierto, es decir los momentos de dificultades, son también una invitación a renovar 

nuestra vida, a preguntarnos por los verdaderos motivos que nos tiene aquí, es el tiempo 

de respondernos y responder al Señor a muchas preguntas que tal vez no nos atrevemos 

a hacernos. Preguntas como:

*¿Dónde están todos los sueños que alimentaron nuestro sí y nuestra entrega en 

nuestra vocación?

* ¿Dónde está la generosidad que había en nuestras palabras cuando hicimos

el compromiso temporal?

*¿Dónde está el deseo de conocer a Cristo para más amarle y seguirle ?

*¿Eran sólo ilusiones o es la ilusión que ha de alimentar toda nuestra 

existencia? 

Al pueblo de Israel se le invita constantemente a que recuerde cómo el Señor le sacó de 

Egipto. Cada vez que renueva su alianza con el Señor se le recuerda su historia para 

ayudarles de esta manera a descubrir cómo el Señor está presente en sus vidas, está con 

ellos. Dios tampoco nos abandona a nosotras, está más presente en nuestra vida de lo 

que nos podamos imaginar, porque Dios no cambia, es el mismo ayer, hoy y siempre. El 

mismo que un día nos invitó a su seguimiento y guió nuestros pasos a la CVX.

Por eso el Señor quiere que respondamos como en los días de nuestra juventud, con el 

mismo corazón, con la misma generosidad, con la misma valentía, con la misma 

confianza, con el mismo amor, porque no era un amor iluso, sino ilusionado.

Es hermoso que recordemos la voz del Señor que nos invitó a seguirle, a tener una 

historia de amor especial con Él.

preguntas que hoy me parecen adecuadas para meditar y dialogar con el Señor:

*¿Por qué Señor me llamaste a mi, precisamente a mí?

* ¿Qué viste en mí Señor que te movió a llamarme, a escogerme? 

  • ¿Qué plan de amor pensaste para mi vida?

*¿Qué fue lo que me movió a decirte que sí?

  • ¿Qué fuerza tiene hoy en mí el sí del primer día?

* Hoy ¿te hace feliz mi respuesta?

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