El odio es contrario a la vida cristiana. Si lo dejamos crecer, nos llena de energía negativa, nos consume con resentimiento, amargura, aversión e incluso el deseo de causar daño. Pronto se nos endurece el corazón y perdemos la capacidad de amar; y en breve, el veneno en nuestro interior nos consume, y nos daña física, emocional y espiritualmente. Y lo que es peor, se propaga e infecta a la comunidad. El amor es una decisión, no un accidente. Cuando abrazamos una vida de amor, respondemos al veneno con perdón y comprensión, rehusamos guardar resentimiento o albergar actitudes negativas hacia los demás. Al estar protegidos por nuestra actitud positiva, podemos ignorar insultos y mala voluntad, devolviendo bien por mal. Y, al encontrar al Cristo en nosotros, los enemigos a veces se vuelven amigos.
Oh Señor, enséñanos el camino del amor, para que seamos amigos de nuestros enemigos.