La experiencia cristiana se ha formulado como etapas, como fases, como itinerario que lleva a Dios. Y eso ha sido formulado de modo conceptual o figurativo, y así se ha hablado de escalas (escaleras), vías (caminos), y hasta de ascensores (santa Teresa del Niño Jesús).
Una formulación que ha quedado más consolidada es la de las tres «vías espirituales» de la vida espiritual: la vía purgativa, la vía iluminativa y la vía unitiva. No son tres caminos alternativos, sino tres modalidades o etapas del mismo y único camino: se comienza por una fase purificadora de la vida pasada y del pecado, donde predomina la conversión, el arrepentimiento y la penitencia; se sigue por otra fase donde predomina el seguimiento de Jesucristo, o la vida cristiana ordinaria de quien cree y practica su fe, de quien vive la moral cristiana, ayuda al prójimo y construye el Reino de -dios en este mundo. A continuación (quizá solamente para algunos, o quizá se ofrece a todos) viene una fase de más plena unión con Dios, sea a través de una vida de oración especial, a través de experiencias personales de dolor o persecución que unen a Dios, o a través de experiencias místicas de unión con Dios, con o sin manifestaciones extraordinarias.
Según distintos autores, los rasgos de cada una de las etapas tienen características diferentes, aunque a grandes rasgos se pueden resumir como está dicho
San Ignacio alude a dos de estas tres etapas, que son muy aceptadas en su tiempo. Nos dice que la Primera semana se corresponde con la vía purgativa y la Segunda semana se corresponde con la vía iluminativa (Ej 10); y no dice nada de la vía unitiva. Autores espirituales jesuitas posteriores confirman lo dicho por san Ignacio y se atreven a lanzar hipótesis sobre la vía unitiva, pero es curioso que no se ponen de acuerdo; pues unos dicen que la vía unitiva es desde la Tercera semana, otros desde la Cuarta semana y otros creen que es solo la Contemplación para alcanzar amor. En todo caso, san Ignacio fue más prudente: inscribe sus Ejercicios en una larga y consolidada tradición de proceso espiritual y no entra a valorar la etapa unitiva de ese proceso, que puede ser discutible, y que él prefiere dejar a la libertad de Dios, sugiriendo al ejercitante ese «discurrir por lo que se ofreciere» (Ej 53) y hasta donde Dios se le quiera comunicar.
Pero en el texto ignaciano el proceso no discurre progresivamente en un ascenso lento pero continuado. Más bien ocurren en distintos momentos (como, por ejemplo, en los ejercicios de la Primera semana) momentos de crisis o abajamiento sumo que son los que permiten (paradójicamente) continuar ascendiendo hacia Dios.