Una fiesta que no podemos postergar

Entonces Jesús le dijo: «Un hombre hizo una gran cena y convidó a muchos». Lucas 14.16

Esta es una de las tantas historias que usó Jesús para ilustrar los principios del reino. Como toda buena ilustración, es corta y sencilla, lo cual, además de facilitar la enseñanza, ayuda a grabar la verdad en el corazón de los oyentes. Si no recuerda los detalles quisiera animarlo a que se tome un momento para leer el relato completo de la parábola.
La historia contiene varios detalles interesantes para nosotros. En primer lugar, observe que el hombre decidió por sí mismo hacer una fiesta. Desconocemos los motivos por los cuales tomó esta decisión, pero sí sabemos que su deseo de llevar a cabo la cena era muy fuerte. Así también nuestro Dios. Creo que nunca podremos entender con claridad por qué decidió crear al hombre, aunque la Palabra nos da indicios de que su motivación principal era compartir el gozo de la comunión perfecta entre el Padre, el Hijo y el Espíritu. A nuestro Señor le produce un incomparable placer compartir una relación con sus criaturas, y se deleita en bendecir sus vidas.
En segundo lugar, debemos tomar nota de las excusas que presentaron los amigos e invitados. Ninguno de ellos presentó una explicación sin sentido. Cada uno tenía motivos legítimos para no participar de la cena, motivos relacionados a la vida y las responsabilidades que llevaban. Esto pone en relieve el gran peligro al que nos enfrentamos a diario los discípulos de Jesús, que es permitir que lo cotidiano nos absorba de tal manera que dejemos de participar en la vida sobrenatural que nos ofrece el Padre. El ejemplo más claro de esto lo encontramos en la persona de Marta (Lc 10.41). No había nada de malo en su deseo de servir, excepto que no sabía cuándo era el tiempo de dejar las tareas del hogar para disfrutar de un momento de intimidad con Jesús. Del mismo modo, nosotros podemos estar tan absortos en los diferentes proyectos de nuestra vida que percibimos la invitación de Cristo como una interrupción, en lugar de verla como la oportunidad para entrar a otra dimensión de la vida.
Si nosotros hubiéramos organizado esta cena, de seguro la hubiéramos cancelado frente a la negativa de los invitados. ¿Cómo se puede hacer una fiesta si las personas a quienes se desea agasajar rehúsan participar? Mas el hombre ni por un instante pensó en cancelar la fiesta. Simplemente decidió extender la invitación a otras personas diferentes. Es en esto que nos encontramos frente al punto más notorio de esta historia: Dios va a seguir adelante con sus proyectos, aunque decidamos no unirnos a ellos. Se va a dar el gusto de realizar su fiesta, con o sin nuestra presencia. Esto claramente revela que ninguno de nosotros es el centro de la historia, tan imprescindibles que la vida no puede continuar si no estamos presentes. Nuestro Señor es el principio y el fin de todas las cosas, el único sin el cual nada puede avanzar. Recae sobre nosotros, entonces, la responsabilidad de aceptar su invitación a vivir celebrando la vida con nuestro gran Dios.
Para pensar:
¿Cómo percibe usted las invitaciones de Dios de unirse a sus proyectos? ¿Cuál es su reacción frente a esto? ¿Qué revela esta reacción acerca de sus prioridades?

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