CUARESMA ES: CONVERSIÓN

La Cuaresma es un tiempo privilegiado para intensificar el camino de la propia conversión. Este camino supone cooperar con gracia para dar muerte al hombre viejo que actúa en nosotros. 

Se trata de romper con el pecado que habita en nuestros corazones, alejarnos de todo aquello que nos aparta del Plan de Dios y por consiguiente de nuestra felicidad y realización personal.

En efecto, la vida cristiana no es otra cosa que hacer eco en la propia existencia de aquel dinamismo bautismal, que nos selló para siempre: morir al pecado para nacer a una vida nueva en Jesús, el Hijo de María (Jn 12,24). 

Esa es la opción del cristiano: la opción radical coherente y comprometida, desde la propia libertad, que nos conduce al encuentro con Aquel que es Camino, Verdad y Vida (Jn 14,6); encuentro que nos hace auténticamente libres, nos manifiesta la plenitud de nuestra humanidad.

Todo esto supone una verdadera renovación interior, un despojarse del hombre viejo para revestirse del Señor Jesús. 

En las palabras de Pablo VI: «Solamente podemos llegar al Reino de Cristo a través de la metanoia, es decir, de aquel íntimo cambio de todo el hombre —de su manera de pensar, juzgar y actuar— impulsados por la santidad y el amor de Dios, tal como se nos ha manifestado a nosotros este amor en Cristo y se nos ha dado plenamente en la etapa final de la historia».

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