Tener que dar importancia a cosas que en realidad no la tienen, es el mayor azote de la vida moderna.

He escuchado en un grupo de adultos: «Hemos hecho una generación blandengue; no puede con dos cosas a la vez». Era la síntesis de una historia en la que una persona joven decía que no podía atender a su madre porque tenía otro problema entre manos. Lo que da a entender la frase recogida es que las jóvenes generaciones han tenido una vida fácil. Se la hemos hecho fácil los adultos; nos hemos puesto a su servicio haciéndoles muchas cosas que ellos podían (y debían) hacer. Les hemos acostumbrado a lo fácil.

Alguna ventaja tendríamos los adultos cuando generosamente les hemos dado todo hecho… Quizá, la ventaja más obvia sea: «Mientras teníamos algo que hacerles, nos sentíamos útiles» (sin darnos cuenta de que les hacíamos algo «inútiles»). Desconozco si este comportamiento de los adultos de allanar el camino a los hijos tendrá alguna repercusión en la exigencia evangélica del seguimiento de Jesús y en el cargar con la cruz de cada día… Gon tanto cireneo espontáneo a lo mejor no les hemos iniciado en el cargar con el peso real de la vida…

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